sábado, 26 de noviembre de 2011

ESPERAR SIN ESPERAR (Navidad tras el rayo verde)

 13/11/11

En los mares del sur hay un instante al ponerse el sol en el horizonte en el que todas las miradas y los suspiros, se contienen esperando que se dé un prodigio casi mágico, el rayo verde del crepúsculo. Desde la playa más idílica que se pueda imaginar en las islas Fiji, es donde más veces se observa el fenómeno que todo fotógrafo quisiera captar, pero nunca se sabe cuándo va a ocurrir. Las condiciones atmosféricas han de ser muy especiales, temperatura alta, nubosidad cero, mar en calma, así que en el verano austral cuando se cumplen estos requisitos, las playas de Fiji se llenan de ansiosos seres en busca de ese momento.



Aurora, en esas navidades de 2011 decidió ir hasta Fiji para realizar su sueño, sabía que era un deseo frívolo en gran medida, pero pensó que una vez en la vida hay que otorgarse un capricho con mayúsculas. Organizó su viaje del 20 de diciembre al 6 de enero. Se despidió de la familia sin contar nada, sólo dijo que necesitaba meditar y para eso se iba a un retiro Zen en un monasterio budista, aislada completamente y sin teléfono que perturbara su buscada paz espiritual. Como ya la conocían bien, no les pareció raro y se despidieron deseándose lo mejor en esas fiestas y prospero año nuevo. Para algo bueno le tenía que servir la fama de rarita de vez en cuando.



Aterrizó en la isla Viti Levu dos días después de salir de Barajas, con escalas en Dubái y Sídney. Le recomendaron que pasara dos días en Suva, la capital, para tomar contacto y pasar tranquila el jet-lag. Después viajó a Nacula island a la playa Blue Lagoon para disfrutar de una de las más bellas playas del planeta y de sus gentes. Se alojó en el Greenflash resort famoso por sus vistas de atardeceres sobre el mar y cuyo nombre rayo verde en inglés le resultaba muy prometedor.



Los posters de fotos que colgaban de las paredes del hotel eran tan fantásticos que Aurora no dejaba de mirarlos. En su habitación del segundo piso, altura ideal para observar el horizonte sobre el océano, había un gran cuadro con una hermosa imagen en tonos de atardecer y un leve chispazo horizontal y verde sobre un mar gris. Esa misma tarde se apostaría en la terraza mirando al oeste. Después de comer durmió una siesta, tan necesitada, que cuando despertó en la oscura noche sin luna pero con miles de astros brillantes en el cielo, su asombro engulló a su disgusto de haberse perdido la luz crepuscular. Aquello era un espectáculo y salió a pasear por la orilla del mar bajo las estrellas.



Al día siguiente se fue a disfrutar de las playas, la comida sabrosa a base de pescado fresco y las frutas y los jugos multicolores. Al atardecer se apostó con sus dos cámaras digitales, una en posición video y la otra en foto, en su terraza, sola, no quería compartir el momento con nadie alrededor.



El viento soplaba cálido del norte y el aire reverberaba sobre las aguas. El atardecer fue de un rojo espectacular pero no dio lugar al rayo verde horizontal. Todavía tenía unos diez crepúsculos por delante y esa noche era Nochebuena, se notaba en el ambiente que la gente se preparaba a pasar una velada mágica. Ella disfrutaba de su soledad programada pero le iba a resultar muy difícil escaquearse de la invitación a la cena colectiva de huéspedes y empleados del resort.



En el comedor había en el centro un hermoso árbol de Navidad decorado profusamente. Aurora lucía un básico “little black dress” y zapatos de tacón negros que le sentaban de maravilla y le solían salvar la papeleta en ocasiones como aquella, su melena castaña estaba recogida en una moderna trenza lateral sobre su hombro izquierdo. Se acerco al árbol a ver con detalle sus adornos exóticos a base de conchas y caracolillos marinos decorados con alegres colores sin darse cuenta de que la gente salía a bailar en ese momento.



Alguien le tocó en el hombro derecho y al darse la vuelta le pidió amablemente baile. Era un joven que le tendió una hermosa flor de hibisco roja que ella agradeció y se prendió en el pelo sobre la oreja izquierda. Le otorgaba un contrapunto de color estupendo y alegraba su estilismo falto de joyas. Se acabó la pieza y la gente aplaudió a la orquesta, el director del hotel leyó un breve discurso navideño e invito a todos a disfrutar de un bufet libre y a compartir entre todos en hermandad. Aurora tomó un plato y lo llenó de deliciosos bocados y canapés, se dirigió hacia la playa con los zapatos en una mano y el plato en otra, se sentó en la arena cerca de la orilla y degustó con placer aquella cena. Volvió a estar sola de la forma más natural que podía imaginar aunque unos ojos negros la miraban en la noche entre las palmeras. Oyó unos pasos detrás de ella, se volvió y un elegante caballero vestido de gala se le acercó y le ofreció una copa de champán pidiéndole permiso para sentarse a su lado. Aurora asintió con un gesto de cabeza y aceptó la copa.

- Brindemos por una nueva Navidad- dijo él.

- Brindemos- contesto ella.

El perfecto gentleman que le sonreía y le miraba a los ojos a la vez, se presentó como Andrew Crowe. Tenía una voz grave y un acento inglés extraño que Aurora no conseguía catalogar, era muy moreno y de ojos negros de rasgos afilados y pelo largo peinado hacia atrás, a ella no le sonaba haberlo visto antes en el comedor. Dijo que se había fijado en ella tan solitaria y no pudo resistir el impulso de llevarle una copa de champán en esa noche tan especial. Aurora le agradeció el detalle y le dijo que esa soledad era buscada. Él hizo amago de levantarse pero ella le dijo que no lo hiciera, que su compañía era bienvenida.

Charlaron en perfecto inglés hasta que Aurora le dijo que era española, entonces la sonrisa encantadora de él dio paso a una carcajada espontanea y le contesto en español que él era de Miami y su lengua favorita era el español. Su acento tenia mil matices que a Aurora le sonaban a culebrón televisivo. Dejaron el plato, las copas vacías y los zapatos sobre la arena y fueron a pasear bajo las estrellas por la extensa playa de Blue Lagoon. Ella le contó que su sueño era terminar aquel año con la suerte de ver un rayo verde crepuscular y él le dijo que a veces era más fácil verlos en el amanecer cuando rompe el sol por el este. Luego le contó la leyenda que cuenta que al que ve un rayo verde al ocaso y otro al amanecer, se le otorga el don de leer en los corazones, así el poseedor de esta magia siempre sabe a ciencia cierta si la persona que está a su lado tiene buen corazón y si es sincero en su amor.

- Bonita leyenda, no me importaría nada poder verificarla por mí misma, y tú ¿has visto ya ese doble fenómeno? -preguntó Aurora.

- Es la segunda Navidad que voy a pasar aquí, y he llegado a intuirlos pero de manera tan ínfima que no puedo asegurarlo, y mi cámara no lo ha registrado.

- Lástima, tendremos que esperar en la espera de conseguirlo.

- Es mejor esperar sin esperar, te lo aseguro, porque si no te puedes ahogar en la desesperanza -respondió Andrew.

- ¿Y, a qué hora amanece?

- Muy temprano, demasiado, de 6 a 6.30.

- Pero creo que merecerá el esfuerzo -dijo ella soñadora.

En ese mismo instante una gran estrella fugaz cruzó el cielo hacia el horizonte nocturno y Aurora se quedo boquiabierta señalando con su brazo derecho hacia la bóveda cuajada de cuerpos celestes.

- No me ha dado tiempo de pedir un deseo -dijo haciendo un puchero infantil.

- Tranquila, ten tu deseo preparado porque a partir de esta hora tendrás la oportunidad de ver cientos de errantes.

- ¿Errantes?- pregunto ella.

- Sí, me gusta más llamarlas así, en lugar de fugaces, pues fugaz es la luz que vemos pero ellas siguen ahí viajando por el cosmos.

- Vamos a ver si pillamos unos cafés en la máquina para mantenernos despiertos, no quiero perderme el espectáculo- dijo ella.

Tomaron unos cafés dobles, y se tumbaron en unas hamacas entre las palmeras, sólo se oían las suaves olas de una cálida noche del verano austral. Siguieron hablando para no sucumbir al sueño, contándose tantas cosas mutuamente como si tuvieran prisa por conocer al ser que tenían al lado.

Cesó la leve brisa nocturna y las gaviotas empezaron a revolotear y graznar por toda la playa, se intuía el amanecer inminente. Se levantaron y se acercaron a la orilla mirando hacia el este. Un leve escalofrío recorrió la espalda de Aurora y Andrew le prestó su chaqueta dejando su brazo extendido sobre sus hombros. Ese contacto les hizo sentirse a los dos muy cercanos y se miraron a los ojos mutuamente. Sus bocas estaban casi a la misma altura, sin esfuerzo la distancia se acortó y se encontraron en un beso, dulce, largo y perezoso, parecían no querer separarse sus bocas encontradas y asombradas. Cuando por fin terminaron, miraron de inmediato hacia el amanecer y vieron como ya asomaba un trocito de sol. Ese día se perdieron el momento propicio de observar la fracción de rayo verde, pero encontraron una pasión nueva y maravillosa.

- Me cuesta ser un caballero y dejarte sola en tu habitación -le dijo él.

- Y yo no quiero estar sola ahora- respondió ella.

Pasaron juntos ese día de Navidad entre sábanas testigas de su pasión y de sus sueños, agotados y entrelazados, descubriendo así la mejor manera de hacer la espera de la espera más llevadera. Al atardecer después de un baño en la playa y de un tentempié se apostaron en la terraza de Aurora con las cámaras preparadas y los ojos atentos dispuestos a captar un rayo verde, rojo o amarillo, les daba igual, pues después les esperaba una maravillosa noche de paseos por Blue Lagoon y pasión nocturna entre las palmeras bajo las estrellas errantes.



Los atardeceres y amaneceres fueron pasando y el rayo verde no se dejó ver. La ansiedad de observar ese fenómeno se fue mitigando cuando comprendieron lo valiosos que eran esos instantes, segundo a segundo, de aquel amor nuevo e intenso y de ese lugar del mundo que contribuía a sentir ese bienestar tan natural y sencillo propio del paraíso.



El rayo verde se fue convirtiendo en una anécdota que a veces acontecía por aquellos horizontes. La Nochevieja junto a Andrew fue algo que nunca hubiera podido llegar a soñar. El era gerente de una cadena hotelera en los Estados Unidos y viajaba en jet privado, la llevó de regreso a Madrid y paso con ella tres días más. Luego se despidieron con gran desgarro, Aurora se sentía muy sola, pero el tiempo en breve los iba a llevar a estar juntos en otro mar y en otra historia, buscando de nuevo el rayo verde y su leyenda.

Arantza Arana 23/11/11

domingo, 20 de noviembre de 2011

HAIKUS DE MIS MAÑANAS...

Resplandor bello
del tamiz de las hojas
resurge la luz
>><<
Canta en la rama
ensueño disfrazado
pequeña ave
>><<
Tiembla el corazón
vibración infinita
vastos paisajes
>><<
Sueños en chispas
golosina espiritual
calma la pena
>><<
Tiempo de dolor
y mis dulces del alma
no me abandonan

Arantza

miércoles, 16 de noviembre de 2011

ESE HOMBRE

Amo al hombre que me ama
y recuerda mis besos
al que pinta acuarelas
con mis labios.

Amo a ese hombre que me encuentra
siempre que me busca
al que me dibuja
en su memoria.

Amo a un hombre que ilumina mis tristezas
al que da calor
a la tibieza
de mi cama.

Amo a mi hombre que completa
esa parte de mi todo
al que me quiere
como a un trozo
de su alma.

Arantza




martes, 8 de noviembre de 2011

Se Me Gasta La Vida

Se me gasta la vida
sin darme cuenta
y no es un bote de champú
que se pone al trasluz
para ver cuanto queda.

Se me gasta la vida
y no me entero
pués pasa despacio y en silencio
como nueva arruga
que se instala en mi piel
sumisa y derrotada.

Se me gasta la vida
y no es un traje renovable
en las rebajas
de la tienda de la esquina.

Se me gasta la vida
y yo me empeño en llenarla
de mil cosas y detalles 
que no pueden anclarme.

Se me gasta la vida
y no sé qué hacer
pués creo que ella me vive a mí
y no yo a ella.

Se me gasta la vida
y no puedo hacer nada
sólo renacer en cada luz
y dejarme fluir en los segundos.

Se me gasta la vida
y lo peor es no saber
cuánto me dura
pués lo que luego vendrá
núnca caduca.

Se me gasta la vida
y la única certeza
es esa eternidad perpetua
que me aguarda trás la puerta.

Y voy llenando mi cuaderno de borrones
contando pensamientos
tachando sensaciones
que no me llevan a ninguna parte.

Arantza Arana

sábado, 5 de noviembre de 2011